La Homilía de Betania: XXIX Domingo Tiempo Ordinario. Ciclo C. 20 de octubre de 2013


La Homilía de Betania: XXIX Domingo Tiempo Ordinario. Ciclo C. 20 de octubre de 2013
1.- “ORAR SIEMPRE SIN DESANIMARSE”
Por Pedro Juan Díaz
1.- En el camino a Jerusalén, Jesús sigue instruyendo a sus discípulos, esta vez sobre la oración. Hay muchas maneras de rezar. La mayoría de nosotros hemos aprendido a rezar repitiendo oraciones de otros, de santos y santas, de grandes místicos y personas espirituales que nos han dejado en esas oraciones su experiencia de Dios. Ya sabéis que Jesús sólo nos enseñó una oración, el Padre Nuestro. Esa oración resume todo aquello que necesitamos pedir para ser felices y es la oración por antonomasia, porque viene del mismo Jesús. Pero las demás, las que repetimos nosotros, no dejan de ser “oraciones de otros”.
2.- Y no pasa nada porque las recemos, pero ¿es que nosotros no tenemos nuestra propia experiencia de Dios? No se trata ahora de ponernos a componer oraciones, sino de caer en la cuenta de que rezar es algo más que repetir oraciones. Rezar es hablar con Dios, como hablo con un amigo. Y con un amigo no uso “fórmulas” o “frases hechas”, sino que le hablo desde mi corazón y le cuento lo que llevo en él. Rezar es contarle a Dios lo que llevo en el corazón, lo que me pasa a mí día a día.
3.- En segundo lugar, la oración no es un monólogo, sino un diálogo. No se trata de que hablemos nosotros solos, sino que también hay que escuchar. Y, por lo tanto, Dios también nos escucha, aunque esto a veces no lo tenemos del todo claro. En la primera lectura vemos como el pueblo de Israel sigue teniendo dificultades para confiar en que Dios sigue acompañando su camino y escuchando sus oraciones, a pesar de que Dios sigue dando pruebas evidentes de ello: “mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israel; mientras la tenía baja, vencía Amalec”. Estas dificultades también son las nuestras, cuando pensamos que Dios no nos da lo que le pedimos, que no nos escucha, que no se acuerda de nosotros, que nos ha abandonado… Por eso Jesús da razón de la parábola que nos cuenta hoy: es “para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse”. Ya hemos visto la importancia de mantener una relación con Dios, como con un amigo. Y también caemos en la cuenta de que nuestra oración ha de ser continua y constante. Todo lo que nos pasa en nuestra vida, bueno y malo, puede y debe pasar por el diálogo con Dios, que no permanece indiferente ante nuestras alegrías y penas. Pero además, en nuestra oración, no hemos de perder la esperanza, aunque pensemos que Dios no está haciendo nada. Quizá es que no estamos pidiendo bien.
4.- Podríamos preguntarnos ¿qué es lo que pedimos cuando rezamos? ¿Pedimos sólo para nosotros, para nuestro interés y beneficio? ¿Tenemos en cuenta las necesidades de nuestro alrededor y a los necesitados? El Evangelio nos presenta a una pobre viuda, muy vulnerable socialmente por no tener el amparo de un hombre en una sociedad marcadamente patriarcal, pero que no deja de pedir una y otra vez. Pero, ¿qué pide la viuda? Pide JUSTICIA. Y Dios siempre está dispuesto a hacer justicia, sobre todo a los más necesitados, a los que son precisamente las víctimas de la injusticia. Hoy podemos preguntarnos si lo que pedimos en nuestra oración es JUSTO para todas las personas, o sólo nos beneficia a nosotros. Dios nos escucha a todos y sabe lo que necesitamos cada uno. ¿Confiamos en Él? La enseñanza de la parábola es clara: si un juez malo es capaz de hacer justicia, aunque solo sea por la pesadez de la viuda y para que esta no le moleste más, ¿cómo no escuchará Dios, que es Padre y misericordioso, a los que le piden con constancia y sin perder la esperanza?
5.- Hoy el Evangelio nos enseña que orar es pedir justicia y también comprometerse para que esa justicia se aplique en las situaciones de injusticia. Y también que nuestra oración necesita una gran dosis de fe y de esperanza: fe en que Dios nos escucha y esperanza en que nos dará lo que más necesitamos. Al final del evangelio, Jesús pregunta si encontrará esa fe en la tierra, en nosotros.
6.- Celebramos el DOMUND. Queremos con ello renovar nuestro compromiso de anunciar el Evangelio y de dar a las actividades pastorales de nuestra parroquia un aliento misionero y evangelizador. El DOMUND es para recordar a los misioneros y misioneras que hay por el mundo, pero también para recordarnos que, por nuestro bautismo, también nosotros somos misioneros, somos enviados, tenemos la tarea diaria de anunciar el Evangelio entre los nuestros, entre la gente que nos rodea, con los que tratamos cada día. Se trata de anunciar a un Dios que quiere con pasión a sus hijos e hijas, especialmente a los más pobres y necesitados.
7.- La Eucaristía es una gran oración en la que damos gracias a Dios por Jesucristo que ha entregado su vida para hacer justicia a favor de los más necesitados de nuestro mundo, y también por todos y cada uno de nosotros, especialmente hoy por los misioneros, concretamente por los de nuestra diócesis. Por eso “es justo y necesario” darle gracias, es “nuestro deber y salvación”. Celebremos la Eucaristía y demos gracias a Dios que escucha nuestras oraciones y está atento a nuestras necesidades.
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2.- HAY QUE REZAR SIEMPRE SIN DESANIMARSE
Por Antonio García-Moreno
1.- GUERRA GANADA.- Durante la ruta del desierto los israelitas tuvieron que superar mil dificultades. Era un camino tortuoso, un sendero largo y escarpado. En medio de aquellos parajes desolados se iría curtiendo el guerrero que después abordaría sin desmayo la conquista de la Tierra Prometida. En la ascética cristiana esta etapa de la historia de la salvación es fundamental. Porque también los cristianos vamos caminando hacia la Tierra de promisión, porque también los que tienen fe caminan con el corazón puesto en el otro lado de la frontera.
Nos narra hoy el hagiógrafo el ataque de Amalec. Es el jefe de la tribu de nómadas que habita en el norte del Sinaí. Son hombres avezados a la lucha y están ansiosos de arrebatar a los israelitas sus ganados, sus bienes todos, el botín que traen de Egipto… Ataques por sorpresa, ataques que se ven venir, ataques de gente armada hasta los dientes. La vida es una milicia, una lucha en la que tenemos que estar siempre en pie de guerra. Sólo así resistiremos el empuje enemigo, sólo participando en la refriega de cada combate, participaremos en la gloria de cada botín.
Moisés se siente cansado, sin fuerza para ponerse al frente del ejército. Pero él sabe que su debilidad no es óbice para que la batalla se gane, él está persuadido de que el primer guerrero es Yahvé, que al fin y al cabo es Dios quien da la victoria. Convencido de ello, llama a Josué y le expone su plan de ataque. Escoge unos cuantos hombres, haz una salida y ataca a Amalec…
Es lo primero, poner todos los medios a su alcance antes de entrar en la lucha. Sí, porque Dios no ayuda a los que no ponen de su parte lo que pueden, a los que son vagos y comodones. Dios quiere, exige, que se pongan ante todo los medios humanos posibles y los casi imposibles para poder superar las dificultades que se presenten. Después, o al mismo tiempo, a rezar. Entonces el poder de Dios se hace sentir avasallador. No habrá quien se nos resista, no habrá obstáculo que no podamos superar, ni pena que no podamos olvidar. Dios no pierde nunca batallas, Dios es irresistible. Por eso la vida que es una milicia, una lucha, una guerra, para el que tiene fe es, además de santa, una guerra ganada.
2.- ORAR SIEMPRE SIN DESANIMARSE.- Hay verdades tan claras que no necesitan, para comprenderlas, otra cosa que la exposición de las mismas. Así, por ejemplo, la de que es necesario orar siempre, sin desanimarse nunca. Para quienes se ven de continuo necesitados, ha de ser evidente que han de recurrir a quien les pueda cubrir sus necesidades. Podríamos decir que lo mismo que un niño llora cuando tiene hambre, hasta que le dan de comer, así el que se ve necesitado clamará a Dios, que todo lo puede, para que le ayude y le saque del apuro.
Sin embargo, muchas veces no es así. Nos falta la fe suficiente y la confianza necesaria para recurrir a nuestro Padre Dios, para pedirle humildemente nuestro pan de cada día. O nos creemos que no necesitamos nada; somos inconscientes de las necesidades que padecemos. Reducimos nuestra vida al estrecho marco de nosotros mismos y limitamos nuestras necesidades a tener el estómago lleno. Sin darnos cuenta de cuantos sufren, cerca o lejos de nosotros; sin comprender que no sólo de pan vive el hombre, y que por encima de los valores de la carne están los del espíritu.
Así, pues, aunque resulta evidente que quien necesita ser ayudado ha de pedir ayuda, el Señor trata de convencernos de que hay que orar siempre sin desanimarse. Para eso nos propone una parábola, la del juez inicuo que desprecia a la pobre viuda, y no acaba de hacer justicia con ella. Esa mujer acude una y otra vez a ese magistrado del que depende su bienestar, para rogarle que la escuche. Por fin el juez se siente aburrido con tanta súplica y asedio continuo. El Señor concluye diciendo que si un hombre malvado, como era el juez, actuó de aquella forma, qué no hará Dios con quienes son sus elegidos y le gritan de día y de noche. Os aseguro, dice Jesús, que les hará justicia sin tardar.
De nuevo tenemos la impresión de que Dios está más dispuesto a dar que el hombre a pedir. En el fondo, repito, lo que ocurre es que nos falta fe. Por eso, a continuación de esta parábola, el Señor se pregunta en tono de queja si cuando vuelva el Hijo del hombre encontrará fe en el mundo. Da la impresión de que la contestación es negativa. Sin embargo, Jesús no contesta a esa pregunta, a pesar de que él sabe cuál es la respuesta exacta. Sea lo que fuere, hemos de poner cuanto esté de nuestra parte para no cansarnos de acudir a Dios, una y otra vez, todas las que sean precisas, para pedirle que no nos abandone, que tenga compasión de nuestra inconstancia en la oración, que tenga en cuenta nuestras limitaciones y nuestra malicia connatural.
Hay que rezar siempre sin desanimarse. Hemos de recitar cada día, con los labios y con el corazón, esas oraciones que aprendimos quizá de pequeños. Muchas veces oraremos sin ruido de palabras, en el silencio de nuestro interior, teniendo puesta nuestra mente en el Señor. Cada vez que contemplamos una desgracia, o nos llega una mala noticia, hemos de elevar nuestro corazón a Dios –eso es orar– y suplicarle que acuda en nuestro auxilio, que se dé prisa en socorrernos.
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3.- “Y NO PERMITAS, SEÑOR, QUE ME SEPARE DE TI”
Por Ángel Gómez Escorial
1. – Jesús, mediante la parábola del juez malvado, pone de manifiesto la necesidad de orar y de hacerlo continuamente. El diálogo con Dios que supone la oración debe ser una actividad prioritaria del cristiano. Deberá, asimismo, atender a los hermanos y procurar construir el Reino, pero es obvio que nada de esto puede hacerse sin oración y pobre de aquel, que fascinado por el trabajo junto a sus semejantes, olvide la oración. El viejo refrán castellano dice que es «antes la obligación que la devoción». Existen situaciones –y gentes– que al refugiarse en una falsa y absorbente espiritualidad olvidan lo básico: que es orar sincera y continuamente a Dios para conseguir ayudar a los hermanos.
2. – La Iglesia ha procurado siempre que se mantenga el principio de orar continuadamente. Uno de los puntos cumbres de su actividad oracional es, sin duda, la misa. Ahí está condensada toda su creencia y todo su ser, con el renovado sacrificio de Jesús. Pero otro «monumento» muy notable es la Liturgia de las Horas, por la cual cada cristiano- -en comunidad o solo– reza, al menos, tres veces al día con un «sistema» o formulario que condensa el uso de la palabra de Dios como oración cotidiana.
3. – El matiz que Jesús ofrece en la parábola del juez es importante. Hay que orar y no desanimarse para que Dios haga justicia con sus elegidos. Y es que la mayoría de los desvelos que el católico tiene respecto al crecimiento del Reino y de la Palabra solo se traducirán en realidad con el uso continuado de la oración. El soberbio pedirá una sola vez y al no cumplirse su petición, la abandonará, molesto. La humildad necesaria para acercarse a Dios plantea que limpiemos antes nuestra soberbia y eso se consigue con el desvalimiento, con no considerarse ni importante y mucho menos agente de la consecución de lo que pedimos. Otro refrán –espléndido– habla de que «Dios escribe derecho con renglones torcidos». Y es que a veces no sabemos apreciar que Dios ya ha respondido a nuestra petición .Tenemos, pues, que orar continuamente y dar a nuestra conciencia una cierta objetividad para descubrir los bienes que Dios nos envía.
4. – La escena de la batalla de Moisés y Josué contra Amalec tiene resonancias cinematográficas. La imagen de Moisés en actitud de orar con los brazos extendidos hacia el cielo y la misma batalla que se desarrolla en un valle es un auténtico relato de cine. Pero, sin embargo, su simbolismo está claro: no podemos abandonar nuestra sintonía con Dios, no podemos colgarle el teléfono, tenemos que estar siempre «on line» con Él para «nos ayude en nuestros proyectos”.
La lectura del libro del Éxodo como argumento oracional es también muy interesante. El continuo contacto de Dios con Moisés y el de este con el pueblo peregrino es asimismo un buen ejemplo para nuestra oración. Va a ser San Pablo quien centre el origen divino de las Escrituras y la inspiración del Espíritu en su transmisión. Eso es también un fruto de la oración, porque, ¿no es verdad que, incluso, a nosotros mismos cristianos de a pie, muchas veces la oración nos ha traído inspiraciones de gran importancia? Pero hay que destacar en el mensaje de Pablo la presentación de la Escritura como una forma esencial de nuestra relación con Dios y dicha relación no es otra cosa que el acto de orar.
Entre las oraciones que el sacerdote dice en voz baja durante la celebración de la misa hay una especialmente interesante: «Y no permitas, Señor, que nunca me separe de Ti». Dicha separación –terrible– sería la que terminaría con nuestros deseos de orar, porque a la postre lo que más nos gusta hacer es hablar con nuestro mejor Amigo, incluso a veces hasta chafardear con Él y contarle chascarrillos. En fin, y esto nos vale a todos: «no permitas señor que nunca me separe de Ti».
5.- Y la frase «Y no permitas, Señor, que nunca me separe de Ti» quiere inspirar y presidir mi idea sobre el DOMUND. Y es que el Reino de Dios que desde el principio –sobre todo en el principio—predicó Jesús en las fértiles tierras de Galilea era algo que estaba llegando, que comenzaba a llegar, y que se suponía que iría creciendo y consolidándose en este mundo. ¿Pero ha sido así? No mucho, ¿no? ¿Está nuestro interior convertido? Si en nuestro interior no formamos parte el Reino de Dios difícilmente podremos expandirlo –y hasta reconocerlo—hacia afuera. Yo creo que este tema se parece un poco a lo que también ha dicho que Jesús que si no te vas a reconciliar con tu hermano antes de poner tu ofrenda ante el altar, esta no vale para nada.
Algo es algo… pero creo hay que asumir el Domund 2013 con esa idea general del Reino. Desde luego, todo lo demás de nuestra actividad de fe y de servicio la Iglesia. Pero también el Domund. Se trata de poner nuestra ofrenda sobre el altar este domingo, pero se trata de que antes, aunque sólo sea un gramo de fe hacia el Reino predicado por Jesús en la esencia de lo que aportamos en nuestra ayuda. Y es que yo no dudo que la celebración del Domund y la estructuración en el fin de llevar la Palabra de Dios “hasta los confines de la tierra” son totalmente adecuadas. Ahora sólo falta ofrendar sin rodeos nuestra fe.
Fuente: http://www.betania.es

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